Tardes de Basket
No
había nada mejor que después de jugar unas pichangas de básquet y de estar
sedientos, encontrar una botella roñosa a un costado de la cancha, limpiarla
con la polera y pedir agua a quien estuviera regando. Luego de haber
todos compartidos la misma fuente, dirigirnos a casa, con algunas de las
zapatillas rotas, con la cara salada de tanto sudar y con los brazos, las
piernas y el rostro quemado por la luz del sol.
No
había nada mejor que aquellas tardes de básquet, llenas de amistad, con el
cuerpo cansado y las caras llenas de felicidad.
Por David Muggioli C.
Por David Muggioli C.
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