El Reino de Dios: una comunidad de adultos-niños.
*Fotografía tomada en un culto infantil. Clase de 10 a 12 años. PIBPA. Puente Alto. Ministerio infantil "Dejando Huellas" año 2015.
El que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. (Marcos 10:15)
Desde
los tiempos de Jesús que los niños, en la iglesias, irritaban a los hermanos
adultos. Yo al ser hijo de pastor, y nacido en la iglesia, sé muy bien aquello.
Recuerdo claramente las risas de mis pequeños amigos al jugar en la mitad de un
culto, y también recuerdo los ojos encolerizado de algunos hermanos y hermanas
que nos miraban fijamente como queriendo decir: ¡Váyanse. El Señor nos está
hablando por la Palabra y ustedes son solo una molestia! Me alegra mucho saber
que Marcos en el capítulo 10 verso 14, registró la profunda indignación que
sintió Jesús al ver que sus discípulos impedían el tránsito de aquellos chiquillos
hacia él. Y que luego de aquel incidente, Jesús lanzara su magistral y
paradójica enseñanza: Si no se vuelven como un niño, la entrada al Reino de los
Cielos permanecerá cerrada.
La
paradoja del niño como maestro-ejemplo para así poder entrar en el Reino de
Dios nos pone a los adultos en una situación a lo menos extraña, poco
tradicional o incomoda. Lo habitual es que un adulto, idealmente experimentado
y maduro, sea quien le enseñe al pequeño. Eso lo vemos en todo lugar;
profesores enseñando en los colegios, diferentes materias a niños de distintas
edades. Adultos enseñándoles a sus hijos hábitos, costumbres, principios y
valores. Adultos impartiendo clases a pequeños en las escuelas dominicales.
Etc. Es un patrón común que un adulto enseñe a pequeños. Es lo habitual y
saludable. Pero que nos quiere decir Jesús sobre que los adultos debemos
volvernos como niños y, que de aquellos es el Reino de los Cielos. ¿Puede un
niño enseñarnos algo? O mejor dicho ¿Podemos aprender los adultos, algo de los
niños?
Los
pequeños tienen mucho que entregar como enseñanza a los adultos. A la verdad la
educación que ellos nos puedan brindar no es formal ni intencional, pero es
profundamente valiosa para nuestra vida relacional y espiritual. Algunas de
esas enseñanzas se desprenden directamente de
las características esenciales de los niños; ellos son humildes,
ingenuos, confiados, dependientes, vulnerables. Los niños no ostentan títulos
ni profesiones. Reciben de los adultos todo su sustento sin poder ganarlo por
ellos mismos. En este sentido son un precioso símbolo de la Gracia Divina. Por
el contrario; los adultos ostentamos títulos, profesiones, carreras, forjamos y
valoramos nuestras vidas en relación a lo que hacemos y no en relación a lo que
somos, por ello buscamos hacernos de un nombre, una marca que nos haga “únicos”.
Y al ser cada vez más independientes y autosuficientes caemos fácilmente en el
orgullo.
El
solo hecho de realizar este ejercicio de contraste nos debe llevar a reflexionar
en que los niños son un caudal de re-aprendizaje para los adultos. Aunque los
niños no son seres perfectos, aun así hay mucho por aprender de parte de ellos;
La confianza plena que muchos pequeños sienten por sus padres, es un ejemplo
ilustrativo de la confianza que nosotros, los adultos, debiéramos tener en
nuestro Señor. Su capacidad perdonadora que en muchas ocasiones hace
innecesario el uso de la palabra perdón, pues antes de que la emitan ya lo
están practicando. Su falta de memoria en relación con el rencor. Su gran
capacidad para hacer amistades. Sin duda alguna todas estas son cualidades de
un ciudadano del Reino de Dios.
Por
otra parte, al pensar en los niños, haciéndolo desde la perspectiva de un
adulto, sinceramente debemos reconocer que nuestra posición como “los grandes”
nos puede llenar de orgullo frente a ellos y nos puede llevar al abuso de poder.
El
hecho de ser más fuertes que ellos, el ser mas instruidos, la capacidad de
generar nuestros propios recursos, la sensación de propiedad privada que tienen
los padres sobre sus hijos. Etc. cada uno de estos factores nos invita a
compararnos con ellos y a sentirnos humanos “más completos” y poderosos que los
niños. El hecho de que todo ser humano ha sido creado a imagen de Dios debería
derribar nuestro orgullo y hacernos recordar que cada ser persona es digna de
respeto y que cada niño es un ser humano cabal, y uno de nuestros deberes más
elevados es honrar su dignidad. El ejemplo de Jesús recibiendo y abrazando a
los pequeños en Marcos 10:16 es claro. Un abrazo es un símbolo de aprecio y de
acogida, de recibimiento grato y digno. Como adultos no solo debemos volvernos
como niños, también debemos volvernos a los niños, recibiéndolos en nuestros
templos, entregándoles un hogar, atendiendo a sus necesidades, protegiéndolos y
resguardando su integridad, velando por su educación, ocupándonos en su
espiritualidad y preparándonos para entregar formación de calidad que
dignifique sus vidas, entendiendo que son personas que aunque no puedan reclamar
por la calidad de nuestro servicio entregado a ellos, debemos dar lo mejor de
mostros, comprendiendo que son imagen del Dios que servimos.
Debido
a que los hermanos niños tienen el mismo valor y dignidad que un hermano
adulto, ellos no deben ser secundarios en nuestras iglesias. Los niños y sus necesidades
deben estar plenamente integrados a la planificación, el presupuesto y las prioridades
de nuestras comunidades de fe.
Y
un niño los pastoreará. (Isaías 11:6)
Por
David Muggioli C.
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