Te recuerdo: Reminiscencias de mi padre

Mi viejo siempre fue muy cariñoso. También era muy gritón; el ¡Que paso!! Lo hizo famoso entre vecinos y amigos. Con una mente muy lucida e intuitiva, ayudo a muchos a resolver problemas y él mismo se libró de muchos otros. Se peinaba para atrás y quería que también nosotros nos peináramos como él. Fue  -según se cuenta de él- un gran vendedor, versátil, convincente y amable. También fue un predicador único; su homilética era absolutamente original. Su gratitud para con Cristo, su voz potente y la superación de su vergonzosa personalidad lo impulsaron a predicar (sin micrófonos)  y glorificar a Dios en barrios, poblaciones, cuanta plaza de armas hubiera,  y hasta (eso se dice) pudo compartir el evangelio a altos dignatarios de la república. De fe pentecostal (Aunque sin danzas ni glosolalia), siempre estuvo sirviendo en las poblaciones humildes y muy, muy necesitadas. Sus feligreses y colegas ministeriales lo recuerdan con mucho amor. 

Su vocación estuvo definida desde muy temprana edad. Luego de su conversión al evangelio, aquel mismo día y a la edad de once años, se dirigió a paso firme donde su madre (mi abuelita Graciela Gayoso, a quien nunca conocí) y sin saber bien lo que significaba le expuso su vocación. ¡Quiero ser pastor! Le dijo. Con el pasar de los años, aquello se hizo realidad. Sirvió por décadas en la misión pentecostal Templo La hermosa junto a hombres de la talla del obispo Moisés Morris. Y tuvo el privilegio de compartir la proclamación del evangelio con sus amados hermanos Rev. Manuel Umaña Salinas y Hno. Raúl Gutierrez. De seguro hoy están los tres en la plenitud con su Señor.

No fue perfecto, pues mi padre tuvo un matrimonio del cual sufrió la triste separación; su corazón siempre estuvo con mis hermanas y hermanos: Sandra, Mariana, Carlos y con cada uno de mis sobrinos queridos. Sus mejillas y corazón derramaron lágrimas por ellos, hasta los últimos días de su vida.

Le gustaba leer, aunque no era mucho de libros, más bien diarios y revistas lo complacían en sus lecturas. El tango y Rock de Elvis eran su música favorita. Le encantaba el arroz graneado acompañado de guatita y un huevo revuelto, y de ensalada un tomate con cebolla cortada a la pluma. También tenía un gusto por dedicar y firmar a mano cada cosa que daba y hacia; regalos, presentes, bancas, mesas, tarjetas. En fin, todo lo dedicaba, lo databa y lo firmaba de puño y letra. También le gustaba pasar ratos a oscuras en su pieza o en el comedor, y soñaba con la compra de una casa perdida en las montañas o en medio de un bosque deshabitado para descansar del estrés y disfrutar de la bella naturaleza.

Fue un hombre de mil y una historias, anécdotas por doquier alegraban las tardes cuando llegaban visitas (principalmente cuando llegaban mi tío Lucho o mi tía Alicia) o cuando salíamos a visitar. 

Los niños siempre estaban cerca de él y mi padre disfrutaba de su compañía, de sus bolsillos siempre salía un dulce para los más pequeños y para los no tan pequeños también. Los necesitados y pobres siempre fueron una realidad en mi casa y mi padre los atendía;  de nuestro pan ellos comían, prácticamente cada día. En una ocasión atendiendo la higiene de uno de sus botaditos (como él los llamaba), al terminar de lavarlo y cortarle las uñas, este mendigo le dijo en gratitud: “Feliz Navidad” (estábamos en temporada navideña). Esas palabras lo llenaron de emoción y lo motivaron en la exposición de un sermón en su iglesia.  Esas palabras cargadas de gratitud las guardo en su memoria, como un tesoro, y las recordó por muchos años. 

Los animales no estuvieron exentos de su cariño; perros, gatos, aves. Por todos se preocupo y hasta sufrió por ellos. En una ocasión, uno de los perros a los cuales les dábamos comida en la calle, murió. Mi padre con pena expuso su corazón a Dios y como un niño le pido a su Señor que si existiera la posibilidad de darle una oportunidad de vida en el paraíso a aquel animal, que por favor y Gracia se lo concediera. Ese era el corazón de mi padre.

Como si fuera una postal tengo su imagen en mi mente; su pelo fino de color claro, sus camisas de manga corta, sus pantalones de tela y su biblia como compañera inseparable, el sonido inconfundible de su toque en la puerta y la revolución de cariño diario al llegar a casa luego de predicar, nunca se olvidara.

Hoy en un nuevo aniversario de tu cumpleaños te extraño y te recuerdo, y a pesar de la separación que significa la muerte, te sigo amando hasta el cielo (como tú lo decías).

Con amor, tu hijo: David Hernán Muggioli Calfín.