Santiago City

En Santiago huele octubre, es de mañana y ya sale el sol. Una persona compra fruta y otro lee el diario, un cumpleaños pasó, un corte de pelo no gustó, un creyente ora antes de salir, un cojo intenta llegar temprano al trabajo, un ciego canta esperando escuchar el sonido de unas cuantas monedas y, mientras el lustra botas espera a su primer cliente del día, un hombre pide justicia con una cartulina en mano, y el metro, como ya es cotidiano, va a reventar. En la plaza de armas las palomas siempre son puntuales y los tatuajes del hombre de enfrente delatan un tiempo de encierro, una oruga de acero -sin alguna en su interior- impide el paso de un colectivo, un perro mueve su cola intentando devolvernos la humanidad, una cajera da el vuelto de un café recién comprado, mientras una niña sufre de una anemia disfrazada de inofensiva somnolencia que son las capas de su miedo a la existencia. Pero Santiago sigue igual, como una enorme maquina llena de microengranajes donde todos en realidad son espejos, reflejos del infinito, giros y giros de la eterna rueda que da vueltas insaciables bajo el sol.


Escritos inclasificables.
Por David Muggioli.


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