El humanismo secular: su influencia en la sociedad y en la Iglesia
Por Fernando Saraví
En el siglo XV, el término italiano
“umanista” (humanista) designaba originalmente a los maestros de gramática y
retórica, del mismo modo en que los términos “jurista” y “artista” designaban a
quienes enseñaban artes y leyes. En el siguiente siglo vemos que son las
Facultades de Artes las que enseñan las “humanidades”, en contraste con los
estudios teológicos propios de las Facultades de Teología. Las humanidades
involucraban las disciplinas que promovían el desarrollo de una condición
plenamente humana.
Con la caída de Constantinopla en 1453 y la desaparición del Imperio Romano
de Oriente, se produjo la emigración de eruditos que introdujeron la cultura
griega en Occidente. Esta circunstancia resultó en lo que, mucho tiempo
después, se denominó humanismo renacentista. Este humanismo estaba sin duda
emparentado con el anterior, pero al mismo tiempo representaba un fenómeno
nuevo y dinámico. Jean-Claude Margolin ha propuesto la siguiente definición:
El humanismo europeo es un movimiento cultural e intelectual, característico del Renacimiento, que abrió el camino para una transformación de la visión del mundo, una renovación de las formas y tipos de conocimiento, una ampliación de las fuentes de inspiración artística y literaria, una reorganización de la vida académica, una libertad para criticar tradiciones e instituciones, y una nueva visión de la condición humana.
Este humanismo del Renacimiento fue uno de los determinantes claves de las
circunstancias que llevaron a la Reforma religiosa del siglo XVI, ya que
posibilitó y propició una nueva visión crítica de la autoridad y las doctrinas
aceptadas tradicionalmente por siglos. Asimismo, llevó a un resurgimiento del
estudio de la Biblia en sus lenguas originales y el surgimiento de las
versiones en lenguas vernáculas (alemán, español, inglés...). Muchos de los
humanistas europeos, como Erasmo de Rotterdam y Juan Calvino, fueron cristianos
y escribieron desde una perspectiva decididamente bíblica.
En un sentido más amplio, el humanismo es una actitud filosófica que se
caracteriza por considerar a los seres humanos y todo lo que a ellos concierne
–pensamientos, aspiraciones, emprendimientos- de un valor único y especial; y
por esta razón, subraya asimismo el valor del individuo. Existe por tanto un
humanismo cristiano, que valora al ser humano por encima de todas
las demás criaturas u objetos, como creación especial de Dios, hecho a Su
imagen y semejanza y designado como mayordomo de Su creación.
Humanismo secular
A pesar de las profundas raíces bíblicas del humanismo europeo, a partir del siglo XIX los filósofos e ideólogos del marxismo tergiversaron el término “humanismo” al reservarlo para expresar una perspectiva del valor humano independiente de Dios, incluso frecuentemente hostil a toda consideración teológica. Con esto se preparó el camino hacia lo que hoy se denomina “humanismo secular”.
Dadas las vicisitudes de la historia, actualmente un humanista secular
puede ser marxista o no serlo; de hecho, el marxismo es una filosofía política
en franca decadencia. De todos modos, lo que caracteriza a un humanista secular
es la adhesión al punto de vista filosófico conocido como materialismo o naturalismo.
Por tanto, el humanismo secular es una vertiente del naturalismo filosófico,
enraizado en los presupuestos básicos de éste, que pueden enunciarse como
sigue.
1. Dios no existe. Solamente existe el universo material que,
en una u otra forma, es eterno, no creado, ya que no hay tal Creador. La
realidad final es la materia y la energía.
2. El universo es un sistema cerrado, en el cual todo ocurre
según determinadas leyes naturales. Esto excluye la posibilidad de influencias
externas, como lo son los milagros. Todo cuanto puede ocurrir es el resultado
de la operación de principios propios del universo material.
3. La vida existe como resultado de la combinación al azar de
un conjunto de factores que posibilitaron su aparición a partir de la materia
inerte. Todas las formas de vida se originaron de una célula primordial, a
partir de la cual evolucionaron, a lo largo de millones de años, todas las
demás formas, incluido desde luego el hombre.
4. Los seres humanos son el resultado eventual de la
evolución natural. En último análisis sólo son organismos más complejos, cuyos
aspectos únicos (como inteligencia, personalidad y voluntad) se pueden
explicar, al menos en principio, por el conjunto de leyes físicas y químicas
que rigen los sistemas biológicos. Todas acciones y pensamientos de los hombres
se deben a causas naturales, sean estas genéticas o ambientales.
5. La muerte es el fin de la existencia individual. Ya que
la existencia humana es exclusivamente el resultado de procesos naturales, la
personalidad individual desaparece con la muerte del cuerpo. El destino
inexorable de todo hombre es la desaparición personal, y el retorno de sus
componentes moleculares al cosmos.
6. La historia humana es una sucesión de acontecimientos vinculados por
relaciones entre causas y efectos, pero carente de todo
propósito global. No hay un objetivo de la historia, ni nadie que la guíe; ésta
simplemente transcurre, a partir de las acciones humanas. De no ocurrir una
catástrofe cósmica, la historia está por completo en manos de los hombres, para
bien o para mal.
7. La moral es un asunto exclusivamente humano. En
términos prácticos, esto significa que son los seres humanos por sí mismos, o
cada sociedad en su conjunto, los que deben establecer qué principios y
prácticas consideran adecuados. Desde luego, pueden modificar tales prácticas y
principios según las necesidades, conveniencias o preferencias individuales y
sociales, sin ninguna guía superior al hombre ni tribunal supremo al cual
rendirle cuentas.
Como es obvio, las creencias fundamentales del naturalismo se oponen
diametralmente a las de la fe bíblica, que establece la existencia de un
Creador personal, sostenedor del universo y activo en él, originador de la vida
por un acto especial y deliberado; la creación del hombre a imagen y semejanza
de Dios como origen de la personalidad y la libertad; la subsistencia después
de la muerte física; la historia como el campo en el cual se cumple el plan
divino; y la moral basada en lo que Dios ha establecido como bueno para el
comportamiento humano.
Los humanistas seculares creen prestar un servicio a la
humanidad al librarlos de los “prejuicios” religiosos, de su anhelo por el más
allá, o, como lo llama Paul Kurtz, redactor del Manifiesto Humanista II, “la
tentación trascendental.” Para los humanistas seculares, todas las religiones
son, en el mejor caso, una ayuda psicológica para enfrentar la existencia en un
mundo hostil, y en el peor, un instrumento de dominación y una fuente
inagotable de guerras y persecuciones. Cuanto antes se desprenda el hombre de
toda creencia en lo sobrenatural, dicen, más pronto podrá aprender a valerse
por sí mismo y moldear su propio futuro. Sin embargo, la posición humanista
secular adolece de graves problemas.
Preguntas sin responder
El humanismo secular propone respuestas para muchas preguntas, pero no todas ellas son adecuadas. En el campo científico, donde el naturalismo ha predominado en el último siglo, las grandes preguntas sobre el origen del universo y de la vida aún aguardan una respuesta satisfactoria; las numerosas hipótesis propuestas, muchas contradictorias entre sí, carecen de consenso aún entre los propios humanistas seculares. Ellos han llegado a la triste conclusión que la Verdad, así con mayúsculas, no existe.
Esto es una paradoja, pues inicialmente los humanistas seculares se
proponían llegar a toda verdad desprendiéndose de las “supersticiones” y
buscando el conocimiento en la ciencia. Tras un siglo de intentarlo
infructuosamente, se han declarado incapaces de lograrlo.
Ahora nos dicen que todo el conocimiento –que es exclusivamente el conocimiento
humano- es no sólo incompleto, sino también provisorio y por
tanto sujeto a rectificación. ¡Qué diferente de la afirmación de Jesús: “Yo soy
el Camino, la Verdad y la Vida”!
Un problema más práctico es el de la base ética de las
relaciones y acciones humanas. La mayoría de los humanistas seculares, como el
profesor Kurtz, a quien tuve el gusto de conocer en 1995, son personas decentes
y rectas. Sin embargo, su ideología no provee base alguna para
una moral de aplicación general. Las normas morales son, en su opinión,
simplemente el resultado de un consenso social, ya que lo que
está bien o mal en una sociedad es un asunto relativo. No existe tal cosa como
el bien y el mal; es bueno lo que la sociedad determina como tal, y malo lo
contrario. No hay una norma objetiva.
En tal caso, cabe preguntarse qué hacer con los que disienten de
las normas mayoritariamente aceptadas, ya que estos disidentes son tan humanos
como el resto. ¿Hasta qué punto puede, en ausencia de una norma objetiva,
afirmarse que el abuso infantil, la mentira, el robo o el homicidio son malos?
¿es lícito, desde el punto de vista del humanista secular, castigar a quienes
piensan diferente?
Esto nos lleva al tercer gran problema, que es el de la libertad humana.
Si el ser humano es el resultado de fuerzas evolutivas y sus actos son
consecuencias de su constitución genética y el ambiente, no existe tal cosa
como el libre albedrío. Podemos creer que nuestros actos son
libres, pero en último análisis nunca lo serían. Ahora bien, donde no hay
libertad, tampoco hay responsabilidad. Por tanto, no parece justo
premiar ciertos comportamientos y castigar otros, si en ambos casos se trata de
actos en donde no hubo la posibilidad real de optar. En el
humanismo secular el hombre se “libera” de Dios, pero a costa de renunciar a
su propia libertad en el sentido pleno del término.
Finalmente, tampoco existe una base real para el valor único
de cada existencia humana individual. La singularidad del hombre es
cualitativamente similar a la de una bacteria, una cucaracha o un delfín. Cada
ser humano es único, pero no como una creación especial de Dios, sino como una
combinación más o menos al azar de determinada dotación genética y
circunstancias. Y según el humanista secular, hasta esta combinación desaparece con
la muerte, sin dejar otro rastro, asimismo transitorio, que el recuerdo de sus
acciones.
Influencia en la sociedad
El humanismo secular siempre ha sido una ideología minoritaria. La mayoría de la gente no acepta todas sus creencias tal como han sido expuestas más arriba. Tal vez la noción más rechazada sea que la muerte es la terminación definitiva de la existencia personal. Sin embargo, aunque las creencias centrales del humanismo secular carezcan de popularidad, paradójicamente algunas de los corolarios prácticos de esta ideología han hallado eco en los medios y ejercen gran influencia en la sociedad.
Una forma particularmente insidiosa de penetración masiva es a través de
las exposiciones de los hallazgos científicos dirigidas al público general, que
casi siempre suponen y con frecuencia afirman la filosofía naturalista.
Típicamente, los informes científicos de divulgación presentan hechos reales
pero los interpretan desde la perspectiva naturalista, como si
esta fuera la única perspectiva razonable. De este modo, se
inculca el materialismo disfrazado de ciencia, como si fueran la misma cosa.
Algunas de las lamentables consecuencias de la penetración del naturalismo
en la sociedad son (cf. Romanos 1: 18-25):
1. Hedonismo. Consiste en la búsqueda del placer como sentido
fundamental de la vida. Si esto es todo cuanto hay, como dice Pablo citando a
un filósofo pagano, “comamos y bebamos, que mañana moriremos.”
2. Consumismo. La obtención de bienes temporales, ya sea como
posesiones materiales o como poder económico, político, etc., se vuelve uno de
los objetivos más apetecibles ante la perspectiva de que no hay nada más que
esperar.
3. Relativismo moral. “Lo que es verdad para ti no
necesariamente lo es para mí.” En otras palabras, cada uno debe determinar por
sí mismo lo que está bien y lo que está mal; pero además pueden existir tantas
definiciones de lo bueno y lo malo como personas existen, y sin una norma
objetiva ninguna de estas definiciones es mejor que las otras. Si esta posición
se adoptara hasta su extremo lógico, sería imposible la vida en sociedad. En el
estado actual, esta forma de pensar justifica innumerables acciones inmorales
desde el punto de vista bíblico.
4. Aceptación social de acciones y formas de vida antes
consideradas inmorales. Es una consecuencia directa del relativismo moral.
El adulterio y la homosexualidad son ejemplos obvios; mientras que hasta no
hace mucho estas cosas eran penadas por la ley civil, hemos “avanzado” hasta el
punto en que no sólo se toleran, sino que se promueven activamente. Adúlteros y
homosexuales siempre hubo; pero la existencia de promotores públicos de estas
abominaciones es una “maravilla” de fines del siglo XX.
5. Desprecio por la vida humana. Desde una perspectiva materialista,
es razonable defender acciones como el aborto o la “eutanasia” (es decir, la
muerte provocada como “tratamiento” de enfermedades incurables) si ellas surgen
de un consenso social.
Penetración en la Iglesia
Este cáncer que corroe
a la sociedad y la extravía no ha dejado intacta tampoco a la Iglesia. Ya que
la Iglesia está inserta en la sociedad, es ingenuo esperar que fuese por
completo ajena a las influencias del naturalismo en general y del humanismo
secular en particular. Además de los aspectos ya señalados a propósito de la
sociedad, conviene especificar algunos puntos que afectan especialmente a la
Iglesia.
Uno de ellos es la proliferación de libros y seminarios, basados en dudosas
teorías, para mejorar la autoestima y promover el bienestar por
medios principal o exclusivamente psicológicos. Estas atractivas pero ilusorias
propuestas para el “desarrollo personal” rara vez se analizan seriamente a la
luz de las Escrituras, como hacían los cristianos de Berea con las enseñanzas
de los Apóstoles (Hechos 17:11). En lugar de esto, se las acepta con entusiasmo
y se las sigue por un tiempo, hasta que aparecen otras más
nuevas que a su vez se ponen de moda. En contraste con estas técnicas que van y
vienen, la Palabra de Dios permanece para siempre.
Estrechamente relacionada con lo anterior se halla la subestimación del
pecado. Los cristianos servimos a un Dios tres veces santo, que aborrece el
pecado. Jesús murió para que pudiésemos ser salvos de nuestros pecados. Sin
embargo, no es raro ver que, lo que la Biblia llama pecado, se interpreta como
problemas psicológicos sin ver su verdadera y fundamental raíz espiritual.
Desde luego que la psicología tiene un lugar en la Iglesia, pero siempre
subordinada a las claras enseñanzas bíblicas.
En ocasiones la influencia del humanismo secular se manifiesta muy
sutilmente a través de un énfasis excesivo en la función social de
la Iglesia. La Escritura abunda en exhortaciones y mandamientos de ayudar a los
necesitados, de modo que esta es una parte irrenunciable del testimonio de la
Iglesia al mundo. Sin embargo, la función primaria de la Iglesia es la de
llevar a todos al Evangelio de Jesucristo, el único en el que
hay salvación (Hechos 4:12). Tristemente, en un sincero anhelo de ayudar
algunas congregaciones se han involucrado en cuerpo y alma en un activismo
social que las ha debilitado en su aspecto espiritual; sin
duda, es una trampa maestra del Enemigo de las almas.
Otra vía de penetración del humanismo secular es a través de lo que se ha
dado en llamar el “evangelio de la prosperidad”. Puede presentarse de manera
muy espiritual, pero en el fondo de la idea de que todo cristiano tiene derecho a
grandes posesiones materiales se halla un razonamiento meramente humano,
carente de sustento bíblico. Basta leer el capítulo 11 de Hebreos, o los
padecimientos de Pablo narrados en 2 Corintios. Nuestro tesoro y nuestra
ciudadanía están ambos en los cielos... ¡o deberían estar allí!
Asimismo, toda congregación corre el riesgo de sucumbir a lamentación de
confiar más en planes, técnicas y esquemas humanos que en adherirse fielmente a
la Palabra de Dios. Una de ellas es confiar que la organización puede
hacer lo que le corresponde al organismo, es decir al Cuerpo de
Cristo que es la Iglesia. Una buena organización sin duda puede ayudar a la
sabia administración de los recursos para el progreso del reino, pero en modo
alguno puede reemplazar a la fe, a la devoción o a la santidad.
Otra tentación muy importante y grave es la manipulación
psicológica de los miembros, o de aquellos a quienes se predica el
evangelio. Las emociones son parte de nuestra naturaleza y es normal y lícito
que tengan un papel importante en lo que Pablo llama “culto racional” (Romanos
12: 1-2). Pero algunos predicadores muy populares parecen recurrir más a las técnicas de
manipulación de masas que al poder del Espíritu Santo, que es quien según la
Palabra de Dios convence de pecado, de justicia y de juicio.
Como cristianos, haremos bien en seguir el consejo del Señor de ser mansos
como palomas, pero astutos como serpientes. Nuestra sociedad moderna es una
fuente constante de confusión, de “filosofías y huecas sutilezas basadas en las
tradiciones de los hombres, conformes a los elementos del mundo, y no según
Cristo.” (Col. 2:8). Sin embargo, también es el campo al cual el Señor nos
mandó segar
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Tomado de: Razones para Creer,www.razones.org
Publicación original realizada el 05/08/2007
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